Una conversación con Caz Frear
Caz Frear nos habla de Prohibido llorar, la última novela protagonizada por la detective Cat Kinsella
¡Ya somos todos adictos a las novelas de la detective Cat Kinsella! En las dos primeras entregas, Dulces mentiras y Corazón despiadado, conocimos a los personajes principales, que trabajan en la Policía Metropolitana de Londres. Los hemos ido conociendo poco a poco. En esta entrega descubrimos otro poco más acerca de la inspectora Kate Steele. ¿De qué forma influye eso en el lugar que ocupa en la serie o en la manera en que la ven los lectores?
Kate Steele siempre ha sido un personaje central (y la verdad es que me encanta describirlo), pero a lo largo de Dulces mentiras y de Corazón despiadado su papel se limitó principalmente a mantener a raya a Cat y a que la investigación siguiera su curso. En Prohibido llorar, los lectores conocen un poco más a la mujer que hay detrás de la inspectora de policía. Descubren un lado vulnerable de Kate Steele. Las cosas que suceden en Prohibido llorar la hacen reflexionar sobre su carrera, e incluso le confiesa a Cat algunos errores profesionales que cometió en el pasado. Los lectores también logran verla a través de la mirada de su antigua mentora, de modo que conocen a la Kate Steele novata en vez de la «mandamás» a la que están acostumbrados. No hay duda de que Cat siente una admiración reverencial hacia Kate (y también le da un poquito de miedo, pero en un sentido sano, respetuoso), así que espero que a los lectores les guste conocerla a través de los ojos de otro personaje que sabe de primera mano que es tan humana y falible como todo el mundo.
Prohibido llorar trata de corrupción, chantaje, prostitución... ¿Puede contarnos más del argumento?
La verdad es que resulta muy difícil decir mucho sin destripar el libro, pero el argumento se centra en un caso ya antiguo que fue muy famoso: el asesinato de cuatro mujeres que tuvo lugar en el año 2012, en el plazo de dos semanas. Lo que ocurre fundamentalmente es que, cuando en 2018 aparecen los restos de la cuarta víctima, a muchos kilómetros de donde se encontró a las otras tres, y con una causa de muerte claramente distinta, Cat y el equipo reciben el encargo de reabrir el caso, lo que conduce a una sorprendente red de secretos, mentiras y políticas de la Policía Metropolitana.
En Prohibido llorar también vuelvo a un tema que ya toqué en Corazón despiadado: la idea de qué hace que una víctima sea «buena» o «mala» y en particular el criterio que se les suele aplicar a las víctimas femeninas de asesinatos en los medios de comunicación. Holly Kemp, la víctima principal de Prohibido llorar, desde luego no es el personaje más simpático del mundo. Ni mucho menos, pero ¿significa eso que merece menos compasión, menos justicia? Estos son los problemas que tienen que afrontar los miembros del equipo, y de forma particular Cat, conforme van estudiando una serie de sospechosos potenciales.
La detective Cat Kinsella ha llegado a gustarnos mucho porque es una detective magnífica, posee un gran sentido del humor, pero también tiene sus propios defectos y problemas. ¿Cuánto de Cat Kinsella hay en usted?
Esa es una pregunta interesante, porque mis amigos siempre me dicen que cuando leen mis novelas oyen claramente mi voz. ¡Supongo que eso ya resulta bastante elocuente!
Las experiencias que he tenido yo en la vida son muy distintas de las de Cat (aunque yo también provengo de Irlanda) y soy mayor que ella, y espero que un poquito menos neurótica, aunque es posible que eso lo dé la edad. Pero sí es cierto que siento una gran simpatía por ella, así que sospecho que eso querrá decir que me veo a mí misma en su personaje, o a lo mejor que no era tan distinta de ella cuando tenía veintimuchos años. Además, yo creo que cuando uno escribe en primera persona y en presente como hago yo, resulta inevitable que algo de tu personalidad acabe filtrándose en el personaje de vez en cuando, pero no me parece mal. Por lo visto, a los lectores les cae bien Cat, o, como mínimo, la comprenden, así que tal vez el hecho de aportarle un poco de una misma al personaje lo vuelva más auténtico.
Parece ser que lo mejor de sus novelas son los personajes. ¿Invierte más en ellos que en el desarrollo de la línea argumental?
No sé muy bien si me centro conscientemente en una cosa más que en la otra, pero si tomo como referencia lo que me más gusta leer, la narrativa de personajes es lo que me produce más satisfacción. Una novela puede tener las premisas más interesantes o el argumento más serio y profundo del mundo, pero si los personajes no me convencen, el conjunto se me queda triste. No hace falta que los personajes me caigan bien, no siempre, pero sí tengo que poder creer que son personas del mundo real. Tienen que hablar como habla la gente de verdad, sus motivaciones tienen que resultarme lógicas. Y también pienso que, en la literatura de ficción en forma de serie, a lo que vuelven los lectores es al personaje. Hay que hacer que los lectores quieran pasar tiempo en compañía de los personajes, una y otra vez, ¡y eso no es nada fácil de conseguir cuando hay por ahí tanto donde escoger!
Dicho esto, en cuanto a lo que invierto, diría que desarrollar los personajes es algo que me resulta fácil, así que no necesito invertir mucho en pensarlo, mientras que construir el argumento es un proceso mucho más técnico y puede requerirme tener que hacer varios borradores hasta que consigo el definitivo. Una estructura bien pensada es algo crucial en el proceso de escribir.
Prohibido llorar tiene un argumento muy bien elaborado. ¿Cómo hace usted para trazar la estructura de sus libros?
Yo planifico mucho, y siempre me asombran los autores que simplemente empiezan con un «¿Y si...?» y luego van viendo adónde. los va llevando eso. Yo, antes de empezar a escribir una novela nueva, he pasado por lo menos dos meses elaborando el argumento, yendo hacia delante, volviendo hacia atrás, intentando que la trama resulte muy bien trazada, muy fascinante. Pongo por escrito la planificación de cada capítulo con todo detalle, y en los primeros momentos me ayudo todo lo posible de Excel, tanto como de Word, para no perder la pista de quién aparece en qué escena, si las pistas falsas están colocadas con regularidad, si hay un exceso de temas personales y muy poca investigación policial, etc.
He de añadir que no siempre sigo el plan al cien por cien. Normalmente aparecen una serie de sorpresas y giros que aparecen venidos de ninguna parte. Pero, desde luego, necesito un marco muy detallado que me sirva de referencia, y siempre sé cómo va a terminar la novela antes de escribir una sola frase. En última instancia, el hecho de planificarlo todo al detalle me permite dejar caer algunas pistas sutiles sobre quién es el culpable a lo largo de todo el argumento, y opino que de ese modo la lectura resulta más satisfactoria, porque, por lo general, quieren hacer ellos mismos un poco de esa tarea detectivesca en vez de conformarse con una extraña sorpresa final que no tiene sentido.
Cat Kinsella ha ido creciendo como detective y como persona. En Prohibido llorar la vemos más madura, está pensando en su futuro. Y también se enfrenta a una decisión importante. ¿Veremos un cambio radical en su forma de ver la vida y su carrera profesional?
¡Me alegro mucho de que esa madurez suya resulte obvia! Lo último que quiere ver uno en una serie es que el personaje central siga cometiendo los mismos errores una y otra vez. Dicho esto, algunos de los problemas que tiene Cat están tan arraigados en su infancia (lo que le sucedió se cuenta en Dulces mentiras) que no sé muy bien si la parte esencial de ella cambiará completamente alguna vez, por lo menos sin una dosis gigantesca de terapia.
De todas formas, está empezando a verse a sí misma de un modo distinto. Como era la «hija difícil» de la familia, en muchos sentidos estaba dispuesta a asumir ese papel también en su trabajo, pero en Prohibido llorar empieza a adquirir más seguridad en sí misma. Reconoce que es muy buena en su trabajo, y a través de su relación con Aidan acepta que también se merece ser amada, en conjunto se siente más fuerte, con un mayor control de su destino. Es menos impulsiva, más reflexiva, y lo crucial es que está empezando a creerse que podría tener un futuro menos disfuncional. Todavía no está del todo convencida de eso de «fueron felices y comieron perdices», pero, desde luego, sí que está desafiando el status quo.
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